Dicen que en Napoles habitan “almas purgantes”, nombre que reciben los restos óseos sin identidad apilados en los sótanos de la Iglesia de Maria Santísima del Carmine.
Es una escena común ver a los fieles limpiar pequeños altares de huesos y rezar por el destino de estas almas que por no recibir digna sepultura vagan por el Purgatorio.
Otros habitantes cotidianos de la “otra Nápoles” son el “Munaciello”, espíritu vestido de monje-niño o una pareja de fantasmas que merodea por la Piazza San Domenico Maggiore.
¿Pero dónde se esconde el espíritu de Nápoles? Cuando la visité por primera vez, aquello que súbitamente llamó mi atención es el contraste entre puerto y ciudad. Desde la Via Caracciolo, el boulevard marítimo, se abre a la derecha el amplio horizonte del puerto y el mar, de ambiente alegre y sosegado. Hacia la izquierda, comienza a tejerse el enjambre penumbroso de calles entorno a la Via Toledo y la famosa Spaccanapoli, hasta hacerse laberinto en los Quartieri Spagnoli. Esta tensión geográfica entre amplitud y hacinamiento, puede ser metáfora de las dos dimensiones del espíritu napolitano.
Por un lado, el ánimo jovial, el amor por el sol y el mar, la hospitalidad, las manos abiertas, la alegría de la “canzonetta napolitana” que se expande por un cielo azul si nubes. El resumen perfecto de este espíritu es la ultra conocida canción “O Sole mio”. Pero Nápoles tiene otra cara.
Ni bien nos internamos en el dédalo de calles de la trama urbana, Nápoles se torna cada vez más compleja, misteriosa, profunda. Las leyendas de los fantasmas se entrecruzan con comentarios sarcásticos sobre los políticos de turno, una jauría de vespas vaga a toda velocidad por las estrechas calles del Barrio Español, historias contadas de balcón a balcón por mujeres que tienden la ropa se mezclan con relatos de la Camorra, imágenes de Polichinela y Totò, cuernos rojos para la suerte, promesas al santo, voces que relatan y recrean la realidad y se hacen silencio en las solitarias cavernas de la “Napoli Subterránea”, sistema de pasajes bajo tierra usados durante las guerras mundiales.
Cautivante, contradictoria, monumental e íntima a la vez, Nápoles es una ciudad donde nunca falta la celebración. La comida es una fiesta cotidiana, se celebran y exaltan a diario las bondades de la pizza hecha con la “mozzarella di buffala campana”, la sustanciosa “minestra maritata”, la pasta combinada con frutos de mar, el tentador “babà” y la clásica “sfogliatella”.
La calle también es celebración, una fiesta de lo cotidiano animada por la música del vibrante dialecto napolitano, el pregón de los vendedores callejeros y el amplio acervo de proverbios populares. La calle se hace baile en la hipnótica Tamurriada y la veloz Tarantella, danzas que conectan a los napolitanos con sus raíces más profundas.
Afortunadamente para el viajero, no es difícil entrar en contacto con esta ciudad hecha de tradiciones, fantasía y anhelos, los napolitanos aman mostrarse como son y compartir su fiesta cotidiana de la vida.
Deja un comentario: