Una de las regiones más sorprendentes de la geografía gallega es, sin duda, la famosa Costa da Morte, donde el turista podrá apreciar las furias de sus aguas rompiendo en los acantilados y sus maravillosas playas que se agazapan en los entrantes de la costa.
Desde el Cabo de San Adrián hasta el Faro de Finisterre, se extiende una costa con fama de maldita desde hace siglos. Primero fueron los temibles vikingos, quienes con sus naves sembraron el terror en los pueblo costeros. La climatología contribuyó a que sus pobladores sufrieran la pérdida de sus seres queridos cuando éstos salían con sus embarcaciones, en busca de los caladeros de pesca. Misticismo, leyendas, brujería y superstición impregnan esta zona del territorio gallego con un único denominador común, la muerte. La totalidad de sus playas cuentan con bandera azul. Son de una blanquísima y fina arena y algunas son consideradas nudistas.
La flora autóctona la forman pinos, pequeños arbustos y tojos que crecen en las inclinadas laderas de los acantilados. Entre la fauna figuran el conejo, la gaviota, cuervos, jabalís, culebras y si se tiene suerte se puede observar alguna rara especie de ave marina de paso hacia su lugar de migración.
Malpica es el pueblo por donde se suele acceder a esta zona, y es aquí donde el viajero comprende el porqué del nombre de este territorio. No se aprecian apenas señales de vida, aparece algún esporádico habitante que rápidamente el visitante perderá de vista, ya que la mayoría de sus pobladores se dedican a extraer los frutos del mar, lo cual les lleva la mayor parte del día.
Cuando las pequeñas embarcaciones de madera no están faenando, se las puede ver fondeadas al abrigo del puerto. Los naufragios son bastantes numerosos en la zona, no sólo para los pequeños barcos pesqueros, sino también para muchos de los grandes navíos que deciden su paso por esta arriesgada ruta.
En Corme se encuentran muchas de las cruces que se levantan cuando un percebero (hombre que se arriesga en la recogida de percebes) es arrastrado por la furia de las olas.
También se puede apreciar alguna que otra playa solitaria que procura burlar la vista del hombre.
Los campos que se aprecian desde el camino, muestran la riqueza del lugar. En ellos, las mujeres trabajan incansablemente con métodos de los mas rudimentarios.
En Camelle vive un singular inquilino alemán que estampa sus obras en las piedras talladas alejadas del malecón. Desde allí se parte hacia Camariñas, donde se encuentra el famoso faro de Cabo Vilán , declarado monumento nacional, y que a contemplado como, en un siglo, se hundían en sus aguas más de 130 navíos.
Aquí también podremos apreciar el arte de las mujeres tejiendo encajes de bolillos, tal y como lo hacían sus madres y abuelas antiguamente.
La carretera continúa hacia Muxía, donde se encuentra la famosa ermita de A Nosa Señora da Barca, junto a ella se encuentra la Pedra de Abalar, una enorme roca oscilante que los viajeros inocentes intentan mover.
Carnota se sitúa en un apéndice montañoso donde abundan las rocas graníticas redondeadas. Es un entorno marítimo y forestal.
Desde el alto de A Moa, a 627 m. se visualiza Fisterra, Corcubión, Carnota, punta de Caldebarcos y Cee. Este monte esta considerado como un lugar mágico donde realizaban sus ceremonias los antiguos pobladores celtas.
Ha sido denominado Olimpo Celta, por ser un lugar sagrado. La gran producción agrícola de la zona hizo idear a los habitantes de estas tierras grandes hórreos, donde se guardaban las legumbres y los cereales a salvo de la humedad y los roedores.
Declarado Monumento Nacional, el Hórreo de Carnota es el segundo más grande de Galicia después de el de Araño. Su construcción se inició en 1768, para ser ampliado en 1783. En él se guardaba el diezmo (10% de la cosecha que los agricultores debían donar a la iglesia). Al lado del hórreo se encuentra la Iglesia de Santa Columba, edificio barroco construido sobre las ruinas de un antiguo templo románico.
En dirección a Muros, nos encontramos con Lira, donde se puede observar otro gran hórreo construido en la misma época que el de Carnota. De menor tamaño, destaca su elevación sobre un muro de piedras.
En dirección a Corcubión nos encontramos con Moraime, donde se esconde un Monasterio cisterciense. A unos 15 km. Al sur nos encontramos con Fisterra, famoso rincón de la geografía gallega inmerso en la naturaleza que intenta abrirse camino entre los agrestes acantilados.
El Faro de Finisterre está considerado como el punto más occidental del continente europeo, al menos desde que lo descubrieron los romanos en la expedición de Décimo Junio Bruto. Es este, probablemente, uno de los puntos que la mano del hombre no ha logrado dominar. Lo que la convierte en uno de los sitios mas bellos y tranquilos de toda la geografía española.
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